En Ixtlilco el Grande, un pequeño pueblo del municipio de Tepalcingo, Morelos, con 3,495 habitantes, se celebra cada 16 de septiembre el emblemático Simulacro de los Mecos. Esta representación histórica rememora la lucha de los indígenas mexicanos contra las tropas realistas españolas en 1810, durante la Guerra de Independencia de México. La festividad, cargada de simbolismo, utiliza la pintura roja para evocar la sangre y el sacrificio de los insurgentes que se enfrentaron al dominio español.
Los eventos teatrales y dancísticos, así como los símbolos empleados dentro de la cosmovisión de la cultura local, son explorados por Pedro Meyer, acompañado de sus amigos fotógrafos Ricardo Espinosa Orozco (REO), Pablo Ortiz Monasterio (Monas), Enrique Villaseñor (Villa) y Ricardo Maldonado (Tapir). Tras dos años de aislamiento forzado debido a la pandemia por COVID-19, este viaje permitió redescubrir las tradiciones locales y provocó una profunda reflexión en Meyer sobre la naturaleza del acto fotográfico: ¿qué significa permanecer en un solo lugar capturando imágenes mientras tus amigos se desplazan por todos lados? La integración de los visitantes, quienes son pintados para formar parte del grupo, evoca la universalidad de los valores humanos, mostrando cómo, al igual que en el concepto del “Melting Pot” norteamericano, la experiencia humana es una eterna repetición de patrones y valores compartidos a lo largo del tiempo y el espacio.