México es un país volcánico. Tan solo en el Valle de México hay unos 170 volcanes y en la Ciudad de México unos 30. La colonia El Ajusco se encuentra al sur de Coyoacán, rodeada de colonias de composición volcánica similar, como el Pedregal de Santo Domingo, el Pedregal de Santa Úrsula y La Candelaria.
El Ajusco era un pedregal de derrames históricos por el volcán Xitle, lugar de rocas negras donde no se podía andar ni a pie, mucho menos en bicicletas, carros o camiones. Es como si hubieran brotado de las rocas, sólo con sus manos y una gran fuerza de supervivencia, como las plantas endémicas que rompen las grandes piedras y las convierten en tierra, los primeros pobladores del Ajusco sembraron semillas de sueños con raíces fuertes, que serían la base de una comunidad. Movieron las rocas, trazaron los caminos y construyeron sus casas, se organizaron para sobrevivir. Fue una necesidad, me dijo Chava cuando platicamos del Ajusco, nosotros no teníamos para pagar una renta.
Muchos venían de Michoacán y de otros lugares cercanos. El Ajusco surgía casi al mismo tiempo que Barragán planificaba la ciudad soñada del Pedregal San Ángel. Mientras dibujaba los planos de una ciudad con cimientos de la misma lava, cactáceas, arbustos endémicos y orquídeas; los pobladores del Ajusco resolvían cómo proveerse de agua, de luz eléctrica y cómo arrastrar las rocas de la lava que mucho tiempo atrás cubrió a los Cuicuilcas.
Los dibujos de las calles, el mercado de La Bola, los muchos cables enredados de luz y de conexión humana, el aguador que sacaba el líquido vital del gran tubo que alimentaba al Estadio Azteca, las niñas y niños tomando un baño afuera de sus casas, las plantas sembradas en latas, los Jesuitas, las familias reunidas, las fiestas de música y pulque, las placas de propiedad que adornaban las entradas y sobre todo la belleza, era lo que existía cuando Pedro Meyer llegó hace cincuenta años a tomar estas poderosas imágenes que nos susurran múltiples narraciones sobre esta gente-raíz que brotó de la misma lava, de la misma tierra, del mismo polvo, del cual, estamos hechos todos y todas aquí presentes.
El Ajusco sigue y seguirá su propio cauce de movimiento. Los edificios, los departamentos, las casas de colores con castillos hacia el cielo y las calles ahora pavimentadas, construyen la actual colonia de clase media que resguarda a nuevas familias, a nueva gente y al nuevo caos: el nuevo derrame. No es lo mismo de antes, muchos ya se fueron, pero todavía vivimos algunos de los fundadores ahí, son como mi familia.