
Rafael Tovar y de Teresa e Itala Schmelz Durante el acto. (Omar Meneses)
Centro de la Imagen
Breve historia del FotoMuseo Cuatro Caminos
Corría el año de 2011. Nos hicieron pasar a la oficina de Consuelo Sáizar, la directora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, mejor conocido como Conaculta, que con el tiempo sería transformado en una secretaría más del estado mexicano. Si todo esto suena a mucha burocracia, es porque lo es. Si hay algo que a mí en lo personal me causa un ataque de malestar es tener que lidiar con las burocracias, sean de Mexico o de cualquier otra parte del mundo. Las entiendo y asumo que resulta inevitable contar con aparatos burocráticos; esta es la forma de organizar a la sociedad desde el gobierno o el poder o como se le quiera llamar. Burocracias han existido desde que el ser humano decidió aumentar el número de personas que se organizaban para crecer más allá de una pequeña tribu.
Pero bien, dirá el lector, ¿qué tiene que ver la burocracia con este relato? Pues resulta que es el eje central de mi historia; solo pido un poco de paciencia para llegar a esa parte.
Como fotógrafo que participa desde el principio —a partir de los años setenta— en las organizaciones gremiales para lograr que nuestra actividad en México cobre carta de ciudadanía, en medio de un ambiente refractario al arte fotográfico, me han quedado claros los alcances y las limitaciones de esas estructuras, y en un acto de realismo, también asumo que no es posible operar al margen de la burocracia.
Así que en 1976 fundamos el Consejo Mexicano de Fotografía, que con un muy reducido presupuesto del estado, y actuando como un cuerpo colegiado, recibió esos fondos para operar. Para mí ese fue el arranque de la historia moderna de la fotografía contemporánea en nuestro país.
Nos fue bien; se lograron conquistas muy importantes, como los sucesivos Coloquios Latinoamericanos de Fotografía, la Bienal de Fotografía en México y la Casa de la Fotografía en la Ciudad de México, en la que hubo cien exposiciones. Se iniciaron los primeros esfuerzos para descentralizar las incipientes actividades gremiales, hasta entonces concentradas mayormente en la metrópoli. Se impartieron los primeros talleres de fotografía en la República Mexicana. En resumen, se puede decir que lo nuestro estaba centrado en ver y desarrollar a la imagen fotográfica más por su valor artístico, estético, histórico y cultural que por su significado comercial, en el entendido de que el mercado del arte, y el editorial, también son comerciales, por supuesto.
El Consejo Mexicano de Fotografía (algún nombre le teníamos que dar, ¿verdad?) era sólo un puñado de colegas que compartíamos el mismo interés por mejorar el estatus de la fotografía. Su creación partió de la necesidad de que existiera un organismo que convocara a los fotógrafos al primer Coloquio y recibiera sus obras. Finalmente logramos que el estado viera la conveniencia política de no distanciarse demasiado de las actividades fotográficas sólo porque no las entendía plenamente.
Así que cuando se fundó el Conaculta, el estado tomó cartas en el asunto. Víctor Flores Olea, su primer titular -que era a su vez un ávido y sofisticado fotógrafo- me invitó a participar con él para coordinar a la fotografía mexicana. Supongo que mis años al frente del Consejo Mexicano de Fotografía fueron el principal motivo para extenderme tan valiosa invitación.
Por ese tiempo andaba yo por Los Angeles, California, inmerso en dos tareas para mí fundamentales: la primera, el desarrollo de ese primer CDROM con imagen y sonido, en el que estaba narrando los últimos tres años de la vida de mis padres, y la segunda, el cumplimiento de los objetivos señalados para cumplir con la Beca Guggenheim que me había sido honrosamente otorgada. Ambos proyectos me impedían regresar a la Ciudad de México a desempeñarme en la tarea gremial.
Sin embargo, para no menospreciar esa muestra de confianza por parte del lic. Flores Olea, le ofrecí realizar, sin pago alguno, un plan de trabajo que pudiera servir de guía para las actividades relacionadas con la foto en México, en cuanto a lo que después sería el Centro de la Imagen. Nótese el uso de la palabra imagen en lugar de fotografía para evidenciar la transición hacia la era digital. Por fortuna mi propuesta fue adoptada, porque pienso que contribuyó a enmarcar el inicio de esa nueva era en nuestro país.
Nunca antes se le había destinado tanto presupuesto a la actividad fotográfica. Y como todos sabemos, junto con los recursos vienen importantes desarrollos, pero también complicaciones. De un espíritu de cooperación intergremial, muy pronto se pasó a uno de competencia desenfrenada por la asignación de los recursos. Parece que esa es la historia de toda la humanidad, cuando aparecen los dineros.
El Centro de la Imagen vivió sus mejores años bajo la dirección de Patricia Mendoza, quien además de ser historiadora del arte, tenía experiencia gremial, la cual había ampliado con nosotros en el Consejo Mexicano de Fotografía, ya que se encargó de coordinar nuestro Segundo Coloquio Latinoamericano; tenía trato con todos los creadores y contaba con una vasta cultura visual.
Pero claro, el Centro de la Imagen no estaba exento ni era ajeno a los ires y venires de la política gubernamental en turno, y así las cosas, en una segunda etapa se redujeron de manera sustancial sus presupuestos operativos. Alejandro Castellanos, su nuevo director, tuvo la nada envidiable tarea de lidiar con esa reducción presupuestal. Mucho del enfado colectivo por las reducciones recayó inmerecidamente, creo yo, sobre la cabeza del dr. Castellanos. Las autoridades abusaron de su proverbial bonhomía y se escudaron detrás de él para ir achicando los apoyos económicos a la actividad fotográfica.
Pasaron algunos años y me pareció que había que intentar una estrategia nueva y diferente respecto a financiar el proyecto de la fotografía en México. Depender sólo del estado no era una opción que ofreciera mucha seguridad al gremio, habida cuenta de que estábamos entrando de lleno en la era digital; las oportunidades y necesidades ya eran otras, y cada día más complejas.
El estado, paternalista como suele serlo, sólo velaba por sus propios intereses electorales, o personales en su caso; pocas veces existe una estrategia pensada para beneficio de la comunidad. Pero ellos son los que tienen todo el dinero —que es nuestro, a fin de cuentas— y con ello tienen el poder para orientar toda actividad a su gusto y placer.
Armado con esa convicción, volví a presentar una nueva estrategia en un proyecto dirigido a Conaculta. Y ahí comienza esta nueva historia, la del FotoMuseo Cuatro Caminos.
Mis reflexiones eran bien sencillas:
- Ya habíamos explorado una organización totalmente gremial (el Consejo Mexicano de Fotografía).
- Ya hablamos explorado una organización, el Centro de la Imagen, totalmente dependiente del Conaculta.
- ¿Por qué no explorar ahora un híbrido, mitad sociedad civil y mitad estado?
Tenía para mí mucho sentido la combinación del estado con la sociedad civil, por la forma lenta e ineficiente con que opera la burocracia, porque en el mundo de las nuevas tecnologías no corren bien sus tiempos. Daré un ejemplo: para cuando salga la orden de compra de un equipo o la actualización de un programa, ya el equipo o el programa mismo suelen estar en la siguiente actualización. Eso por sólo mencionar un ejemplo muy básico. La burocracia decide en función de quedar bien con alguien, que suele estar por arriba en la escalera jerárquica; quienes estamos en las trincheras diarias del quehacer creativo no somos los beneficiarios ni se nos toma en cuenta.
Eso me llevó a sugerir que, en esta nueva etapa del Centro de la Imagen, se centraran las energías mayormente en todo lo relacionado con la conservación de las obras y la historia de los artistas fotógrafos mexicanos, así como en su difusión. De este modo nosotros, en el Foto Museo, podríamos dedicarnos al futuro de la imagen, al desarrollo tecnológico y las exploraciones visuales, ajenos a las normas y a los tiempos de la burocracia.
La idea era que el Centro de la Imagen se dedicara a la custodia de lo ya existente, y que el FotoMuseo se encargara de la exploración hacia el futuro, habida cuenta de que no éramos, ni por mucho, la única alternativa en ese mirar para adelante. La noción del hoy se mueve junto con el calendario, y por obvias razones son de igual importancia tanto el hoy como el ayer. Todo lo de hoy se vuelve el mañana de la historia al día siguiente. El presupuesto y las instalaciones del Centro de la Imagen fueron guiados a reforzar su papel de custodia, algo que expresamente rehusamos hacer desde el FotoMuseo, en donde me negué a que hubiera una colección permanente: todos los recursos tenían que dirigirse al presente y al futuro.
Aun cuando yo directamente ya nada tenía que ver con el Consejo Mexicano de Fotografía, sí pude ejercer mi autoridad, con ese derecho que te dan los años vividos y además por ser el promotor original de aquello que se convirtió en la principal colección de fotografía latinoamericana en el mundo. Armado con ese impulso organicé, junto con Alejandro Castellanos, la donación legal al Centro de la Imagen de la colección que estaba aún asignada al Consejo. No había por mi parte ni el más mínimo deseo de apropiación de ese valioso acervo para el FotoMuseo Cuatro Caminos. Me pareció que el Centro de la Imagen, con sus investigadores profesionales en las varias áreas del quehacer fotográfico, estaría mucho mejor dotado para esa necesaria labor de custodia.
De paso, limpiamos todos los pendientes legales, reportes e impuestos que durante años los camaradas habían dejado desatendidos frente a la Tesorería del Estado, tarea que tardó mucho tiempo en resolverse, pero que al final se logró superar gracias a la dedicación de algunos funcionarios del propio Conaculta. Ni siquiera se percataron de la singular ironía de cómo una burocracia estaba ahí para alimentar a la otra. Con tal de que todos quedaran satisfechos, se habrían logrado los objetivos.
Regreso ahora al principio de este relato. Fuimos a ver a Consuelo Sáizar, como ya había dicho, para proponerle que patrocinara una parte del costo operativo del FotoMuseo, porque pensaba que esa pudiera ser su aportación al desarrollo gremial, uniendo así las fuerzas de la sociedad civil (nosotros) con las de ellos (el estado). Nosotros aportaríamos el know-how como suele decirse, y ellos nos darían de regreso una parte de nuestro dinero (impuestos) para poder operar. Juntaríamos así el hambre con las ganas de comer. Le di a la funcionaria numerosos ejemplos de cómo las economías del futuro estarían relacionadas con el saber de manera más pronunciada cada día. Que todo lo relativo a la fotografía/imagen estaría en esa frontera del saber. Que Instagram —portal recién adquirido entonces por Facebook, creado por una docena de jóvenes emprendedores creativos— se había comprado en más dinero de lo que en conjunto se vendió de fotos en todo el mundo durante los primeros ciento cincuenta años de la existencia de la fotografía.
La propuesta del FotoMuseo Cuatro Camino le pareció muy atinada a Consuelo Sáizar, y nos felicitó por haberle llevado tan interesante proyecto. De inmediato dijo que sí, y me animó a que caminara rápido con mi parte del compromiso, el de adecuar el recinto, que además iba a ser de los más grandes del mundo: alrededor de cinco mil metros cuadrados dedicados sólo a la fotografía.
Invité al proyecto a Mauricio Rocha, que era casi como un hijo mío, ya que compartió la mayor parte de su adolescencia conmigo debatiéndose entre ser futbolista o arquitecto. Como ganó su interés por la arquitectura, y además lo hacía muy bien y con mucho éxito, me pareció que sería muy bonita aventura trabajar con él. Así, nos dedicamos durante más de un año a reunirnos semana tras semana, para ir decidiendo paso a paso cuáles serían las mejores opciones.
Comenzó la tarea de remodelar un edificio ya muy viejo y venido a menos, que originalmente había sido construido para una fábrica de plásticos propiedad de mi padre, con el simpático detalle de que ahí fue mi primer trabajo luego de salir de la Universidad y que mi padre, a su vez, había emprendido esa aventura industrial apenas unos meses antes. O sea que alrededor de este edificio todos fuimos, en su correspondiente momento, unos innovadores. Recuerden que el negocio de los plásticos en aquel tiempo no era tan distinto a todo lo que hoy rodea a la era digital.
Mi padre no se cansaba de relatar cómo se inspiró en la frase de Dustin Hoffman en The Graduate, cuando Dustin dice de manera profética: The Future is in plastics.
Me heredaron ese edificio mis padres, y también una modesta cantidad de dinero, misma que al final fue a dar enteramente al rescate del ignominioso final que le podría esperar a esa propiedad: que el Estado se la quedara, y todo por no tener las escrituras que demostraran mi legítima propiedad. Así las cosas, me demoré 18 años con tres abogados para que finalmente pudiera tener acceso legal al edificio. Todos esos años se fueron sin darle mantenimiento a la propiedad que, legalmente, no era mía; no lo podía hacer hasta contar con los papeles que acreditaran que yo era el dueño. Por eso, y en aras de festejar el regreso a su propietario legítimo, me pareció que destinar ese edificio a algo tan importante como un museo sería una misión bien razonada y un digno homenaje a mis padres.
Pero ya me desvié. Regreso a la historia de cómo comenzó la aventura de arrancar el FotoMuseo Cuatro Caminos.
Iba todo muy bien cuando nos habló un contador de la oficina de la directora de Conaculta para decirnos que podíamos pasar a recibir nuestra primera aportación para el arranque del FotoMuseo.
Ya habíamos llenado las más de 500 cuartillas de documentos que acreditaban absolutamente todo lo que se pensaba hacer, con qué, con quién, a qué hora, cuánto y por qué.
Para mí el gran misterio es cómo logran robar tanto, cuando existen tantísimos candados que impone la burocracia a cualquier movimiento de dinero en sus tratos con ellos. Pero de eso no se trata ahora; déjenme decirles que una hora después de esa llamada, nos vuelven a llamar para decirnos que siempre no van a poder darnos los recursos, porque “se les había acabado el dinero”. ¿Y todo eso en el espacio de una hora? Uno no puede más que sonreír ante semejante dislate.
Y como las burocracias son muy creativas a la hora de buscar justificaciones para todo, unas horas más tarde nos comentan que aparte de la historia del dinero que ya no tenían, les hacían falta documentos que supuestamente no les habíamos entregado. Sí los tenían, solo que el brazo izquierdo de esa burocracia no se lo había entregado al lado derecho de la misma.
El resultado de ese mal comienzo fue que detuviéramos la obra del FotoMuseo ya en proceso. Y así se lo hicimos saber a las autoridades. Urgentemente nos citaron a nuevas juntas. La primera de ellas fue en medio a las obras faraónicas que se realizaban en ese momento en la Biblioteca México, a un costado del Centro de la Imagen, mismo que también estaban remodelado. Para ello levantaron la explanada completa de la entrada, que estaba cubierta con piedras coloniales. Esa obra, ordenada por Consuelo Sáizar y no por el arquitecto encargado de la remodelación del Centro de la Imagen, hizo que éste renunciara en protesta por el acto vandálico de levantar todas esas piedras, ordenado nada menos que por la directora del Conaculta.
Al final volvieron a colocar todas las piedras en su lugar. Gastaron millones en realizar esa maniobra totalmente inútil, mientras que a nosotros no nos podían dar lo comprometido para continuar con una obra en donde se cuidaba cada centavo.
Total que el sexenio de Calderon concluyó, nunca nos dieron el dinero comprometido, Consuelo Sáizar fue un desastre, nos dejé embaucados en un proyecto a medias y dejó deudas de su gestión por más de quinientos millones de pesos, que fue lo primero que tuvo que cubrir el gobierno entrante. El nuevo director de Conaculta, y que pasaría a ser el primer secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, fue honesto con nosotros y nos explicó cómo estaba todo. Poco a poco, en la medida de los presupuestos con los que contaba, y como iba pudiendo, nos hacía llegar recursos para que la idea del FotoMuseo pudiera sobrevivir.
Por desgracia Rafael Tovar y de Teresa, un funcionario culto y con una visión honesta acerca de la fotografía y las nuevas tecnologías, y quien era un buen interlocutor, falleció a temprana edad. Y con eso, de nuevo el proyecto del FotoMuseo cayó en un periodo donde quedó en evidencia, una vez más, la fragilidad que implica estar expuestos a los vaivenes sexenales y políticos. Esto no contribuye al funcionamiento de la relación entre el estado y la sociedad civil, que parecía ser la solución.
Todos podemos ver a simple vista cómo los funcionarios están sometidos, a su vez, a un mundo de miles de presiones, inclusive algunas ajenas a sus propias visiones operativas.
No podría terminar sin contar la anécdota de cuando tramitamos el permiso para el uso de suelo en el Estado de México, entidad en la que está ubicado el predio del FotoMuseo. Nos pregunta la funcionaria en turno, con una larga lista de opciones anotada en su folder, a qué se iba a dedicar el inmueble. A un museo, le contesté. Revisó su lista una y otra vez. Alzó la mirada y, desde detrás de sus espejuelos, me dijo: no se puede, no tenemos esa posibilidad, aquí no hay museos. ¡Exacto!, le dije, aquí tenemos una población circundante casi tan grande como un país de Centroamérica, y ni un solo museo tenemos. Finalmente lo que acordamos fue que el uso de suelo sería para una casa de la cultura. Me pareció muy razonable esa solución burocrática y me dio lugar a una reflexión más sobre lo pertinente del nombre FotoMuseo.
Lamentablemente, a todo esto se le viene a sumar la inestabilidad social que nos rodea, y cómo ésta se revela —término que viene de la fotografia— en la violencia, el robo, los asaltos, los asesinatos, hasta el crimen organizado pretendiendo cobrar lo que llaman uso de suelo (les dijimos que al contrario: ellos debieran darnos aportaciones a nosotros, no nosotros a ellos). La verdad es que todo esto hace prácticamente imposible la tarea cultural que deberíamos de estar haciendo.
Pensemos, por un lado, en el trazo urbano. No había consideraciones para la existencia de un museo, y por la otra, el crimen organizado pretendía extorsionarnos por haber montado uno. Cada que inaugurábamos una exposición en el FotoMuseo, y que esperábamos recibir algunos miles de visitantes, había una larga lista de funcionarios corruptos, desde policías en adelante, esperando recibir sus correspondientes tarifas por dar apoyo y no impedir el evento. Todo eso sólo aumentaba los costos. Éramos una organización a la cual todo mundo buscaba cómo ordeñar, mas no aportarle nada, y eso volvía inviable el proyecto.
Lo pensamos bien y asumimos que era poco práctico seguir luchando contra todos los vientos en contra. También hay que saber darse por vencido. No por ello desapareció nuestra pulsión por aportar algo de valor a la sociedad.
De ahí que nació ahora la idea dé invertir nuestros menguados recursos y energía en la creación de esta colección de libros, a partir de cuya lectura, suponemos, algo quedará que pueda ser de interés para la sociedad. Mantenemos la romántica idea de qué es sólo con educación que este país podrá prosperar.
Y ya para terminar les platico que el nombre de FotoMuseo viene de mi cuestionamiento de lo singular que resultaba ser un espacio como el que hicimos, cuando estaban en entredicho los términos usados en su definición. ¿Qué es hoy fotografía? ¿Qué es hoy un museo? Ambas definiciones están en un periodo de transición, y sólo el tiempo nos dará la respuesta.
Y el asunto de los Cuatro Caminos es porque, justo donde se ubica el edificio de lo que fue el FotoMuseo, se dio la confluencia de los cuatro caminos principales que le daban acceso en tiempos prehispánicos a lo que era Tenochtitlan. Qué manera más afortunada de representar ese entrecruce de caminos que ocurre hoy en día, entre las tecnologías, las artes, la economía y la salud.
Pedro Meyer
Noviembre 9 de 2021, segundo año de la pandemia
[1] Meyer, P. (1990, diciembre 24). [Carta a Victor Flores Olea]. Archivo Fundación Pedro Meyer.